OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

 

 

STEFAN ZWEIG, APOLOGISTA E INTERPRETE DE TOLSTOY Y DOSTOIEVSKI1

 

Stefan Zweig, gran escritor contemporáneo, nos explica a Tolstoy y Dostoievski, en dos ad­mirables volúmenes, que no están por cierto dentro de la moda de la biografía novelada y anecdótica. Zweig enjuicia, en Tolstoy lo mismo que en Dostoievski, al artista, al hombre, la vida y la obra. Su interpretación integral, unitaria, no puede prescindir de ninguno de los elemen­tos o expresiones sustantivos de la personalidad, ni del grado en que se interinfluyen, contraponen y unimisman. Está lo más lejos posible del ensayo crítico, puramente literario; pero, como nos presenta al artista viviente, cambiante, en la complejidad móvil de sus pasiones y de sus contrastes, su crítica toca las raíces mismas del fenómeno artístico, del caso literario sor­prendido en su elaboración íntima.

La biografía en boga reduce al héroe, escamotea al artista y al pensador. Destruye, además, la perspectiva sin la cual es imposible sentir su magnitud. Leyendo el Shelley de André Mau­rois, mi impresión dominante inmediata fue ésta: el biógrafo no lograba identificarse con el per­sonaje; lo seguía con una sonrisa irónica, escép­tica, un poco burlona; entre uno y otro se inter­ponía la distancia que separa a un romántico, de los días de la revolución liberal, de un mo­derno pequeño burgués y clasista. Consigné esta impresión en mi comentario, después de haber­la comunicado a dos finos y sagaces lectores del libro: María Wiesse y José María Eguren. Y hoy encuentra en mí intensa resonancia la reacción de Enmanuel Berl (Europe. Enero de 1919, Pre­mier Panflet2) cuando en su requisitoria contra el burguesismo de la literatura francesa, escribe lo siguiente: «Para que la desconfianza hacia el hombre sea completa, es menester denigrar al héroe». Este es el objeto verdadero y, sin duda alguna, el resultado de la biografía novelada que medra abundante desde el Shelley de M. André Maurois. M. Mauroís tiene en este hecho una bien pesada responsabilidad. No ignoro que su carácter profundo corresponde mal sin duda a esta parte de su obra, cuyo éxito quizá lo ha sor- prendido a él mismo. Entreveo en Maurois un discípulo sincero de Chartier. Hay en él, igualmente, un hombre triste de aspecto provincial, que el aspecto de Climats descubre bastante, una oveja negra que rumia, con melancolía, una hierba sin duda amarga y que no conocemos. La vida de Shelley no es menos, en cierta medida, que un delito y un desastre espiritual. El éxito de la biografía novelada, género extrañamente falso, no se comprendería si muy malos instintos no hallaran en ella su alimento. Gusto de la información fácil e inexacta, reducción de la historia a la anécdota. (Inocuidad garantizada S.G.D.G. Pero sobre todo la revancha de la burguesía contra el heroísmo. Gracias a M. Maurois se puede olvidar que Shelley fue poeta. Se le ve como un joven aristócrata que comete locuras, demasiado ruidosamente, y a quien M. Maurois nos permite seguir con una mirada irónica en su marcha titubeante, cuando es precisamente la del genio entre la Revolución y el amor». La condenación de la biografía novelada en sí misma, como género, tiene mucho de excesiva y extrema; pero la apreciación de las tendencias que obedece no es arbitraria.

Zweig evita siempre el riesgo de la idealización charlatana y ditirámbica. Su exégesis tiene en debida consideración todos los factores físicos y ambientales que condicionan la obra artística. Recurre a la vida del artista para explicarnos su obra y, por la mancomunidad de ambos procesos, le es imposible atenerse en su crítica al dato meramente literario. Así, no le asusta asociar la epilepsia de Dostoievski al ritmo de su creación. Pero este concepto no tiene en Zweig ninguna afinidad con el simplismo positivista de los críticos, que pretendían definir el genio y sus creaciones con mediocres fórmulas científicas. Tolstoy y Dostoievski son, para Zweig, como para otros críticos, dos polos del espíritu ruso. Pero Zweig aporta al entendimiento de uno y otro una original versión de esta antítesis. Su percepción certera, precisa, le ahorra el menor equívoco respecto al verdadero carácter del ar­te tolstoyano. Zweig establece, con sólido y agu­do alegato, el materialismo de Tolstoy. El apóstol de Yasnaia Poliana, a quien todos o casi todos estiman por antonomasia un idealista, era ante todo un hombre de robusta raigambre rea­lista, de fuerte estructura vital. Esta puede ser una de las razones de su glorificación por la Rusia marxistas El realismo de la Rusia actual reconoce más su origen en el método de Tols­toy, atento al testimonio de sus sentidos, reacio al éxtasis y a la alucinación, que en Dostoievski, pronto a todos los raptos de la fantasía. Tolstoy representa, a los ojos de las presentes generaciones rusas, a la Rusia campesina. Lo sienten aldeano, mujic,3 no menos que aristócrata. Zweig no se queda a mitad del camino en la afirma­ción de la primacía de lo corporal sobre lo es­piritual en la literatura de Tolstoy. «Siempre en Tolstoy —dice— el alma, la psiquis —la mari­posa divina cogida en la red de mil mallas de observaciones extremadamente precisas— está prisionera en el tejido de la piel, de los múscu­los y de los nervios. Por el contrario, en Dosto­ievski, el vidente, que es la genial contraparte de Tolstoy, la individualización comienza por el alma: en él, el alma es el elemento primario; ella forja su destino por su propia potencia y el cuer­po no es sino una suerte de vestido larvario, flojo y ligero, en torno de su centro inflamado y brillante. En las horas de espiritualización extrema ella puede abrazarlo y elevarlo en los aires, hacerle tomar su impulso hacia las tierras del sentimiento, hacia el puro éxtasis. En Tolstoy, opuestamente, observador lúcido y artista exacto, el alma no puede volar jamás, no puede siquiera respirar libremente». De esto depende, a juicio de Zweig, la limitación del arte de Tolstoy, al que habría deseado, como Turguniev "mas libertad de espíritu". Pero, sin esta limitación, que con el mismo derecho puede ser juzgada como su originalidad y su grandeza, Tolstoy y su obra carecerían de la solidez y unidad monolíticas que los individualiza. Perderían esa contextura de un solo bloque que tanta admiración nos impone.

La interpretación de Zweig pisa, sin duda, un terreno más firme, cuando en la impotencia de Tolstoy para alcanzar su ideal de santidad y purificación, en su tentativa constante y fallida de vivir conforme a sus principios, reconoce la faz más intensamente dramática y fecunda de su destino. «Nuestro concepto de la santificación de la existencia por un ardor —escribe— espiritual, no tiene nada que ver con las figuras xilográficas de la Leyenda Dorada ni con la rigidez de estilista de los Padres del desierto, pues desde hace tiempo hemos separado la figura del santo de todas sus relaciones con la definición de los concilios y de los cónclaves del papado: ser santo significa para nosotros, únicamente, ser heroico en el sentido del abandono absoluto de su existencia a una idea vivida religiosamente». «Pues nuestra generación no puede venerar ya a sus santos como enviados de Dios, venidos del más allá terrestre, sino precisamente como los más terrestres de los humanos».

El estudio de Stefan Zweig sobre Dostoievski, menos personal aunque no menos logrado ni admirable, y que se ciñe en varios puntos a la discutida exégesis de Mjereskovsky, me sugiere algunas observaciones sobre el sentido social del contraste entre los dos grandes escritores rusos. Pero, demasiado extensas para el espacio de este número, las reservo para el próximo ensayo.

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 3 de abril de 1929.

2 Primer panfleto.

3 Campesino pobre.